
Me llamo Valeria y vivo en el encantador Alto Adigio. Desde niña, he respirado el aire de la caza. Esta pasión me la transmitieron mi abuelo y mi padre, figuras fundamentales en mi vida. Desde pequeña, pasaba días en el bosque con ellos, aprendiendo a amar y respetar la naturaleza que nos rodea. La pérdida de mi abuelo, cuando solo tenía 10 años, me causó dolor y vacío. Él, mi mayor ídolo, siempre ha permanecido en mi corazón como un faro de sabiduría y pasión por la caza. Pero su espíritu ha permanecido vivo en mí, alimentando también el deseo de explorar y comprender el mundo salvaje.
Tras unos años de descanso, un amigo me ofreció la oportunidad de volver a cazar. En ese momento, sentí una profunda nostalgia por los momentos compartidos con mi abuelo. Acepté la invitación con entusiasmo, deseoso de redescubrir aquellas emociones que experimenté de niño.
Mi primera aventura de caza en mucho tiempo fue una experiencia inolvidable. Recorrer los senderos del bosque, observar la fauna y sentir cómo se me aceleraba el corazón mientras esperaba el momento oportuno me llenó de alegría y gratitud. En esos momentos, me sentí más cerca que nunca de mi abuelo, como si estuviera conmigo, guiándome y protegiéndome en el camino.
Después de ese día, decidí que la caza volvería a formar parte de mi vida de forma más activa. Me inscribí en los exámenes de caza del Tirol del Sur, con ganas de profundizar mis conocimientos y compartir esta pasión con otras personas y amigos. Aunque el examen fue realmente difícil, había muchísimos aspectos que aprender, pero con determinación lo logré.
Mi primer año como cazador estuvo lleno de emociones y satisfacciones. Me asignaron un corzo de un año y un rebeco, y esperaba con ansias el momento de probar suerte en la caza. Estaba tan emocionado que partí de inmediato, el 1 de mayo, en busca del corzo perfecto. Me llevó varios intentos, pero el 10 de mayo de 2022, justo en el lugar donde me había enamorado de la caza por segunda vez, abatí mi primer corzo. Pesaba menos de 8 kilos y estaba muy débil. El guía me dijo que, para sobrevivir al invierno, quizá no habría sobrevivido.

Todavía recuerdo como si fuera ayer el momento en que partimos hacia nuestra reserva de caza. El aire era fresco y el silencio de la naturaleza nos envolvía mientras caminábamos por el sendero. Sentí una mezcla de emociones y, al llegar al primer lugar, me mareé y le pedí a mi amiga que nos cambiáramos al lugar donde habíamos ido juntas por primera vez, también porque me parecía el lugar ideal.
Dicho y hecho. Ni siquiera tuvimos que subir al puesto de caza en el árbol, cuando mi amigo me detuvo y me indicó que guardara silencio, porque allí mismo, a 80 metros frente a nosotros, había un corzo tendido en el suelo. Mi corazón empezó a latirme más rápido mientras me preparaba para mi primera experiencia de caza. Mi amigo me miró para tranquilizarme y me indicó que controlara mi emoción y mantuviera la calma.
Con manos temblorosas y el corazón palpitante, me coloqué en posición, con la mirada fija en el bosque. Los segundos se hicieron eternos mientras esperábamos a que la presa se levantara y se posicionara. Entonces, mi respiración se detuvo al apuntar al ciervo con mi rifle.

Y entonces, con un suspiro sereno, disparé el rifle de mi abuelo. El mundo pareció detenerse un instante antes de que el sonido del disparo resonara por el bosque. Mi corazón seguía latiendo con fuerza mientras mantenía al ciervo en la mira hasta que se desplomó y mi amigo susurró «Weidmannsheil».
Una sensación de asombro y gratitud me invadió al contemplar al ciervo abatido. Estaba sumido en una montaña rusa de emociones propias de la caza. En ese momento, comprendí la importancia de mi primera experiencia de caza: no solo como un acto de caza, sino como una profunda conexión con la naturaleza y un recordatorio de que formamos parte de un mundo más amplio que merece respeto y protección. Mi primera experiencia de caza no solo me había enseñado a convertirme en cazador, sino también a convertirme en protector de la naturaleza: un legado que me enorgullecería continuar en el futuro.
Para mí, cazar no es solo un pasatiempo, sino una verdadera filosofía de vida. Me enseña respeto por la naturaleza, gratitud por cada momento que paso al aire libre y conciencia de nuestro papel como guardianes del mundo salvaje. Y, sobre todo, siempre me recuerda el vínculo especial que tengo con mi abuelo, mi mayor ídolo, quien sigue viviendo mi pasión por la caza y su rifle siempre me acompaña.
Di VALERIA GARTNER