Cazar en Cerdeña con el pointer: La experiencia sarda de cazar perdiz en compañía de su pointer, entre naturaleza, pasión y amistad.
Soy toscano, nacido hace unas décadas (ahora no es necesario entrar en detalles) en una familia muy ligada al territorio ya sea por la práctica del pastoreo que luego se abandonó en favor de la restauración, o sobre todo por la práctica del caza.
Mi padre, nacido en Cerdeña, trasplantado a Toscana por necesidad, siempre ha practicado la caza, y siempre me he preguntado si nos amaba más a nosotros oa sus perros de muestra.
Desde niño me sorprendió su habilidad casi innata para apuntar a las presas: “Es su trabajo” me dijo mi padre, y era obvio que lo hacían para bien, aunque la naturaleza no lo hiciera todo. Durante los períodos cerrados de la caza, papá pasaba con sus padres puntero, en entrenamiento, largas jornadas. Quizás por eso me aficioné a la caza: era la única manera de pasar tiempo con mi padre y sus amigos y él ya a los 10 años me consideraba lo suficientemente mayor como para seguirlo durante sus salidas de verano, cuando entrenaba esos fantásticos punteros.
Recuerdo que a los 18 años, dado mi ascenso con gran éxito, decidió dejarme tomar el licencia de caza y organizó un buen viaje a Cerdeña. No la había visto hasta entonces, pero fue como volver a casa: puede ser que mi padre y mis familiares nos hicieran sentir como en casa de inmediato. Me contaron las acrobacias que hizo en su juventud entre primos, la tristeza de la partida y las maravillosas experiencias de caza, y mi padre adquirió de inmediato una dimensión más suave: ¡entonces él también había sido un niño! Había aprendido en los largos años de salir a ir con el perro, por otro lado los consejos de papá eran casi como hermanos para mí: nos entendíamos con una sola mirada.
Esa mañana salimos al amanecer y por primera vez descubrí el sabor del agua de vid de Cerdeña, su fil'e ferru. Todavía recuerdo ese entumecimiento caliente y esa emoción que nunca más me abandonó. Estaba tan oscuro que parecía de noche y comenzamos a subirnos al auto por senderos que literalmente estallaron de colores y aromas en pleno día.
Me dijeron que la perdiz de Cerdeña no es demasiado astuta, y que un mínimo de experiencia y conocimiento de sus costumbres es suficiente para cazarla: estaba feliz de no estar solo, no sabía nada de la perdiz de Cerdeña. Dijeron que para cazar perdices era fundamental ir de madrugada donde pasaban la noche las perdices: solo con su canto matutino se podía identificar con precisión su posición, momento en el que los perros harían el resto.
Soltamos a los perros justo cuando el sol empezaba a teñir ese maravilloso matorral mediterráneo que a veces era bosque desierto: para cazar la perdiz sarda es imprescindible ir acompañados de excelentes auxiliares. En ese momento comencé a amar esos punteros exactamente como lo hacía mi padre; nos estábamos convirtiendo en cómplices.
Fue gracias a la parada para perros, escultural y elegante, que pude cazar mi primera perdiz. Llámalo suerte, llámalo habilidad, ese día no solo fue rico en juego, sino también y sobre todo en experiencias.
Había tantas perdices entonces y uno nunca hubiera imaginadopara que pronto, entre los cazadores imprudentes, zorros, cuervos y arrendajos que robaban sus huevos, la perdiz de Cerdeña se convertiría en una especie rara de cazar.
Incluso hoy con mi hijo organizo maravillosas excursiones en Cerdeña: es importante que él también conozca su tierra natal, le hablo de su abuelo y lo acerco a mi pasión por la naturaleza y la caza. Empezamos con nuestro perro, nuestro rifle y nuestros cartuchos cargados con balines nos 7 y 6.